miércoles, 31 de octubre de 2012
El libro negro
Qué duda cabe: en cuestiones como el Holocausto, las cifras importan.
Documentan la escala y las dinámicas del genocidio. E impactan por sí
mismas, naturalmente, pero… Las cifras desnudas, los números de víctimas
habidas en las matanzas de judíos orquestadas por los nazis, aunque
impresionan, no lo dicen todo. Por su misma índole abstracta, esas
atroces magnitudes (10 mil muertos en tal ciudad, 33 mil en aquella
otra, 200 mil muertos en tal o cual campo de exterminio) escamotean una
parte sustancial de lo ocurrido y, aparte de difuminar la individualidad
de las víctimas, tienden un velo de frialdad y distancia ante el
horror. Son los testimonios lo que nos aproxima a la humanidad de las
víctimas, pero también a la cruda realidad del crimen. Los testimonios
de los supervivientes y de los testigos de los hechos nos permiten
atisbar un algo de lo que en general nos resulta demencial, ajeno a todo
parámetro de normalidad e inasequible por tanto a la comprensión –tan
demencial que puede mover a incredulidad y escepticismo-. Acaso en esto
resida el mérito principal de una recopilación de testimonios y
documentos como El libro negro, editado en los años 40 por un
equipo dirigido por los escritores soviéticos Ilyá Ehrenburg y Vasili
Grossman e inédito hasta hace poco en castellano. Su mérito principal,
decía, pero también su justificación mayor y su reclamo de actualidad,
décadas después de que se vetara su publicación en la Unión Soviética.
Lo antedicho remite a los objetivos a que obedecía originalmente El libro negro,
cosa que a su vez nos lleva –someramente- a la ajetreada historia del
libro, debidamente reseñada en su Introducción (ver también La Unión Soviética y la Shoah,
de Antonella Salomoni). La idea de publicar una recopilación de
testimonios sobre el exterminio de ciudadanos soviéticos de origen judío
a manos de los nazis pertenece a Albert Einstein y el Comité
Estadounidense de Escritores Judíos. Fueron Einstein y los escritores
Sholem Asch y Ben Zion Goldberg quienes formularon en 1942 la propuesta
del libro al Comité Judío Antifascista (CJA), fundado en la URSS al
calor de la guerra con la Alemania hitleriana. Una vez iniciado el
trabajo de compilación de materiales, que inicialmente irían desde
relatos de supervivientes y testigos oculares hasta fotografías, pasando
por diarios de personas recluidas en los guetos, órdenes de exterminio,
informes de unidades partisanas y otros, el proyecto de publicación
demostró ser extraordinariamente complejo, y estuvo sujeto a los
vaivenes de la situación nacional e internacional. Se publicarían
distintos volúmenes en diversos países, para lo cual se organizaron dos
comisiones editoriales, una de ellas adscrita al CJA y orientada a la
publicación en el extranjero, la otra, una comisión literaria dirigida
por Ilyá Ehrenburg (a quien luego se sumó Vasili Grossman en dicha
función). A las múltiples dificultades conexas al trabajo de compilación
se añadieron las diferencias metodológicas y conceptuales entre
Grossman, que apostaba a una reelaboración literaria de los manuscritos
recibidos –a objeto de dar voz a los muertos-, y Ehrenburg, que prefería
reducir al mínimo la intervención editorial de los textos
seleccionados. Como fuere, el “libro negro” del genocidio debía
satisfacer los objetivos de denunciar la naturaleza criminal del nazismo
y proporcionar material de respaldo a la acusación de dirigentes nazis
en los juicios previstos para el final de la guerra, además de servir de
monumento conmemorativo de las víctimas.
La elaboración del libro estaba en 1945 muy avanzada pero la
publicación del mismo enfrentó serias dificultades, y el proyecto acabó
enredado en los vericuetos de la burocracia soviética y las suspicacias
del Kremlin con respecto a la edición estadounidense. Hubo un momento en
que Ehrenburg rompió con el CJA y se distanció del proyecto, aunque
nunca dejó de ilusionarse con su puesta a punto. Fue el reputado hombre
de teatro Solomon Mijoels, dirigente de un agónico CJA –a punto de ser
suprimido por Stalin- quien protagonizó en 1947 la tentativa postrera de
superar el veto impuesto por la censura, sin éxito. La prohibición de El libro negro
se sostuvo fundamentalmente en dos reparos: por un lado, muchos de los
testimonios daban cuenta de la participación de ciudadanos soviéticos en
la ejecución de las matanzas, muy especialmente en Ucrania; esto
representaba un obstáculo a los afanes del Kremlin de conciliarse con
las minorías importantes de la población –tal la ucraniana- y de
presentar al mundo el mito de un país unido sin fisuras en su lucha
contra el agresor alemán, en lo que –con evidente intención
propagandística- se denominó la Gran Guerra Patriótica. Por otro lado, y
relacionado con lo anterior, la retórica oficial del régimen, afecta a
la imagen monolítica de la URSS y de sus muertos en la guerra, no
admitía la publicidad de la identidad específicamente judía de las
víctimas del genocidio; conforme la gráfica expresión de Timothy Snyder,
«en la Unión Soviética de la posguerra, los obeliscos conmemorativos
no podían exhibir estrellas de David… solo estrellas rojas de cinco
puntas» (v. Snyder, Tierras de sangre).
De todos modos, El libro negro cumplió en parte con sus
fines previstos. En efecto, una copia del manuscrito provisoriamente
preparado por Ehrenburg fue remitida a la representación soviética en
los juicios de Nuremberg. Aparte esto, el libro sería publicado por
primera vez en 1980, en Israel, en una edición que se sirvió de una de
las diez copias expurgadas que las autoridades soviéticas enviaron al
extranjero en 1946. Como ocurrió con otros libros censurados en la era
soviética, El libro negro fue publicado en Rusia tras el
desmoronamiento de la URSS, en 1993. La edición en castellano se basa en
la versión de 1947, finalmente prohibida por la censura. Incluye
fragmentos purgados o enmendados por ésta y materiales extraídos del
Archivo Estatal de la Federación rusa, seleccionados por el investigador
Ilyá Altman, responsable de la edición rusa de 1993. Los textos que lo
componen son de naturaleza variopinta y de muy diversa extensión: desde
escuetos párrafos hasta escritos de varias decenas de páginas.
Pertenecen a tres categorías. Una es la de los testimonios de
supervivientes y testigos oculares en forma de cartas, diarios y
transcripción de relatos. Otra es la de las crónicas o reportajes
debidos a diversos escritores soviéticos, redactados a requerimiento del
comité editorial y basados principalmente en declaraciones, manuscritos
recibidos por el comité y consultas a informes forenses. Por último, un
apartado poco voluminoso reproduce extractos de documentos alemanes y
declaraciones de militares de la misma nacionalidad. Cabe señalar que
al pie de cada texto consta el nombre de su respectivo editor, o
editores.
El prólogo del libro es obra de Vasili Grossman, a quien se debe
también un excelente reportaje sobre el campo de exterminio de
Treblinka. Un versión más completa de este texto fue publicada en 1944
en el periódico del Ejército Rojo, Estrella Roja, bajo el título de El infierno de Treblinka; también consta en el libro Años de guerra, recopilación de escritos del propio Grossman (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2010). El autor de Vida y destino
es representativo del fenómeno de los judíos rusificados que retornaron
a sus raíces étnicas y religiosas a partir del antisemitismo homicida
de los nazis. (El de Ehrenburg es un caso similar, con la salvedad de
que la identificación de éste con el discurso soviético fue
incomparablemente mayor que la de Grossman.) La propia madre del
escritor, Ekaterina Grossman, se contó entre los miles de judíos de la
ciudad ucraniana de Berdichev asesinados por los nazis, en 1941. En La matanza de Berdichev, el capítulo más sentido del libro Un escritor en guerra
(sobre la experiencia de Grossman en la Segunda Guerra Mundial, editado
por Antony Beevor y Luba Vinogradova), sabemos de la conmoción sufrida
en 1944 por Grossman cuando pudo comprobar en terreno el alcance de los
informes preliminares acerca del exterminio de judíos en Ucrania. Casi
tres años de ocupación alemana –y de colaboracionismo ucraniano- habían
acabado casi por completo con una densa población de origen judío; lo
peor para el escritor fue ver confirmadas sus más sombrías sospechas
sobre el destino de su madre. Los lectores de Por una causa justa y de Vida y destino
reconocerán en Anna Shtrum y su aciago final la caracterización de
Ekaterina Grossman; es el homenaje del escritor a su madre, asesinada en
el curso de uno de los episodios más negros de la historia.
Tratándose de textos como los reunidos en El libro negro,
que poco escatiman en su documentación del horror, lo cierto es que los
calificativos se quedan cortos. Pocas veces puede uno experimentar con
tanto rigor el motivo de la insuficiencia o el desgaste del lenguaje;
todo lo que se diga al respecto suena a trillado. Reducido a cierta
impotencia, no le queda a uno más remedio que recurrir a lo conocido… El libro negro es, pues, una
publicación estremecedora, un testimonio devastador, una lectura
desgarradora. Cumple a cabalidad con una de las premisas sentadas por
los editores, a saber, que
"Los hechos desnudos son capaces de estremecer la conciencia de los hombres más que los adjetivos o las acusaciones" (p. 651).
- Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg, El libro negro. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2012. 1226 pp. Fuente: Hislibris
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